bajar al último sótano y rescatar al gato

Antes que nada tienes las palabras.

Antes que nada tienes un pequeño don para acomodarlas

una tras

otra

sobre los renglones de esta página.

Antes que nada tienes el coraje de todas tus ancestras.

Te miran, orgullosas, del otro lado de los días.

Antes que nada, un corazón sabio y dulce.

Antes que nada, tus propias manos que te abrazan.

Una casa.

Hermosas libretas llenas de hojas que esperan tus palabras.

Una forma de habitar y de ver todo lo pequeño

que es solo tuya.

Antes que nada tienes una voz que se expande por las paredes de la casa y te alivia.

Por sobre todas las cosas, un espíritu que aun con miedo

puede bajar al más profundo sótano

y en medio de la oscuridad enfrentarse al gran perro gris,

que brilla en medio de lo que no se ve,

y que en un principio pareciera un monstruo.

Pero tú puedes mirarlo a los ojos y decirle que se acerque.

Antes que nada, eres capaz de sentarte al lado del perro más que furioso, confundido,

y acariciarlo hasta que se apacigüe.

Antes que nada tienes la fuerza de levantarte y subir todos los pisos que te llevaron al último sótano.

Has rescatado al gato, tótem y amuleto.

Antes que nada, y por sobre todas las cosas, tienes tus piernas

que te llevan decididas a la superficie.

Allí está el cielo azul con una bandada de pájaros que da vueltas en cámara lenta.

Muchas hojas para escribir, tu gato en el regazo y ellas.

Antes que nada, y por sobre todas las cosas, las tienes a ellas.

Y es lo primero que vez, junto con los pájaros: sus ojos y sus sonrisas

en el azul implacable.

Sus manos te reciben.

Son ellas, todas las mujeres que te aman

y están tan felices de que hayas regresado.

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